miércoles, 19 de febrero de 2014

Descripciones

A las tres y dos minutos entraron por la puerta Amanda y Mario. A la primera le lancé una mirada llena de odio y recelo, cuya respuesta fue la más absoluta indiferencia; al segundo le interrogué con la vista previo saludo mudo y gesticulado, a lo que hizo caso omiso. Ambos pasaron de largo a sus respectivos cuartos. Permanecí de pie en la entrada, al lado del ropero. Crucé el inmenso vestíbulo desnudo, prácticamente despoblado de vida salvo por el ficus que vigilaba la estancia desde la esquina. Tras dirigir una mirada al horizonte, coloreado con un tono celeste difuminado por trazos naranjas, fui a la cocina y saqué una bolsa de arroz congelado, de esos sofritos modernos que llevan verduras pasteurizadas y revenidas que se convierten en comestibles a los dos minutos de sartén. En realidad no tenía hambre, sólo la quería para ponérmela en la cabeza. 

Arrojé la bolsa sobre la encimera de mármol blanco con un saque de tenista, cerré la puerta de la nevera con el talón izquierdo y dirigí una instigadora mirada por cada rincón de la casa. Recorrí el segundo pasillo, el que daba al salón, sin poder evitar cruzarme con la asistenta amargada pero prudente, que me dirigió una mirada recelosa bajo dos arcos apenas perceptibles a los que hacía llamar cejas. Cuando ésta desapareció disimuladamente con el plumero entre las piernas, chorreando una hilera de polvo tras sus talones, me senté en el piano de cola y jugueteé con las teclas nerviosa, cual secretaria desquiciada con un portátil obsoleto y ruidoso, de esos que se calientan todo el rato y se ventilan poniendo un lapicerito en un lateral. A lo que escupía el piano no se le podía llamar música precisamente, pero igualmente enderecé la espalda y me comporté como una profesional estirando mis dedos al máximo como el cuello de una garza, golpeando con más y más fuerza cada tecla, mientras la bolsa de arroz se descongelaba en todas partes menos sobre mi cabeza.

Mario se asomó por el arco del salón y se acercó a mí con paso firme, mientras yo destrozaba las sinfonías que caprichosamente interpretaba, sin ton ni son. Se sentó a mi lado como bien pudo, pues no me moví ni un centímetro para hacerle hueco a ese culo de mentiroso que paseaba tan campante por mi casa. Al ritmo de mis notas suicidas, separó delicadamente un mechón deshilachado que colgaba de mi frente y deslizó sus dedos tras mi oreja, acercando al mismo tiempo su cabeza a la mía. Me besó en la frente con un orgullo fingido y se marchó sin articular palabra. Oí sus pasos al lo lejos, en el pasillo, en el descansillo de la escalera  de la entrada y luego, silencio. ¿Había cogido la pistola que tenía en su cuarto? La intriga me consumía lentamente por dentro, deshaciendo la cera de mis paredes estomacales consumidas por el fuego de la sorpresa. De cuatro en cuatro subí los peldaños de la escalera de caracol, perdiendo el aliento en cada escalón, pero mi prisa se esfumó en cuanto me encontré frente a su puerta. El pomo brillaba bajo la luz dorada de las lámparas que colgaban a cada lado de la puerta de roble. No se oía un alma, incluso dejé de escuchar mi propia respiración. Miré a mis espaldas con la mano agarrando firmemente el pomo helado. Los cuadros por delante de los que tantas veces había pasado me parecían nuevos, brillantes, vibrantes, con colores increíblemente vívidos y amenazantes. Unos tulipanes blancos y frescos, recién extirpados del suelo, descansaban en un jarrón de cristal de murano, que hacía de prisma ante la luz que se colaba por la ventana dibujando finas y puntiagudas formas de una belleza extrema, que señalaban descaradamente la puerta que se erguía frente a mis pies descalzos. Respiré, tragué el aire, lo expulsé, como si estuviese fumándome el ambiente de mentiras que se respiraba en mi casa y giré el pomo cuidadosamente. Cerré la puerta, abrí el cajón de la mesilla: la reluciente pistola negra no estaba.

1 comentario :

  1. WOW Raquel.
    Has mantenido mi atención hasta el final.
    El relato es realmente bueno. ¡Te superas!
    Un besazo, y me he quedado con ganas de leer más.

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