sábado, 4 de enero de 2014

Desde Roma con Amor - I

Un día 7 rodeado en el calendario, muy avanzado, cálido, tranquilo, tocando a su fin. El sol hacía ya rato que se había puesto. Una brisa calmada se deslizaba por los recovecos de la ciudad y me hacía compañía mientras esperaba apoyada contra la marquesina de una parada desconocida. Sobre mi cabeza un sinfín de bombillas que, alineadas a los lados de la carretera, se preparaban para dar forma a la noche. Entretanto, las manecillas del reloj seguían su recorrido incesantes, y mi constante consulta de la hora no hacía otra cosa que ponerme nerviosa, revolverme en mi improvisado asiento y dejarme las manos húmedas y temblorosas. Al rato, por fin una novedad: dos caras conocidas y una nueva. Saludos, presentaciones, algún que otro comentario en el aire y de nuevo a esperar, pero no allí. Cruzamos unas pocas calles, doblamos algunas esquinas y enfilamos hacia un portal reluciente, con una gran puerta de hierro. Tal vez, si hubiese sabido lo que me esperaría al otro lado de esa simple puerta, me habría abalanzado sobre ella sin esperar a los demás; habría averiguado el modo de encontrarla y cruzar los pasillos de aquél portal para darme de bruces con mi destino. Pero no lo sabía, y no lo supe hasta mucho después.

Un timbrazo, una voz suave y agradable al otro lado del telefonillo y una puerta abierta. Unos pasos más tarde, subíamos en un ascensor un tanto incómodo. Miradas de complicidad se cruzaban con mis ojos mientras yo me preguntaba qué hacía ahí. Llegamos a un piso cuyo número no soy capaz de recordar, a una puerta cuya letra he olvidado, pero que guardaba unas caras que ahora puedo reconocer perfectamente, una en especial. Más saludos, más besos, palabras amables, alguna que otra risilla de complicidad, completos desconocidos abriéndonos las puertas de su casa y entre todos ellos, dos ojos que se grabaron a fuego en mi retina. De entre todos ellos, altos, bajos, gordos, flacos, hubo dos soles negros, de esos que sólo pueden existir en una galaxia muy lejana que quizás nunca descubramos, que se llevaron toda mi atención y mi curiosidad mal disimulada bajo una capa de timidez y algún que otro rubor. Danzaban de un lado a otro del salón, parpadeaban con gracia, espiaban con disimulo y miraban con recelo, muy atentos y despiertos, asombrosamente observadores. Yo les seguía como podía, a escondidas, de reojo, tratando de no ser vista por el miedo al miedo, a la vergüenza, al no saber responder. 

Así pasaba sosegada la noche. La luna cerniéndose sobre nuestras cabezas mientras nosotros cenábamos y bebíamos, envueltos en risas, comentarios y bromas de una pandilla de amigos que acababa de adoptar a un par de caras desconocidas. Algunos se levantaban y danzaban por habitaciones que de sobra conocían. Yo apenas me moví; clavada en el sofá, entre las dos únicas caras conocidas, escuchaba desde la distancia la conversación de los pocos que se habían rezagado en el salón. De tantas que cosas hablaron nada recuerdo, salvo una pregunta cuya respuesta torció las comisuras de mis labios en una diminuta, privada y reservada sonrisa: “¿Qué tal con Ana?” dijo ella, a lo que los avispados ojos negros respondieron entrecerrados que lo habían dejado. Y esos ojos tenían un nombre que podría escribir en el cielo con los míos cerrados: Izan.

1 comentario :

  1. Oooh!!! que bella entrada!!! *.*


    Pásate por mi blog, hay entrada nueva!! ^_^
    Un beso! ;)
    http://myworldlai.blogspot.com.es

    ResponderEliminar

Gracias por comentar. Siéntete libre de expresar lo que sientas, a fin de que pueda mejorar el contenido que publico en la web. ¿Quieres continuar una historia? Adelante, mi blog es tu blog.