jueves, 24 de octubre de 2013

Good night, and good luck

Las palabras del periodista Edward R. Murrow lanzaron sus críticas contra el sistema mediático que se cernía sobre la sociedad americana, indefensa frente a los dardos televisivos lanzados al centro de la diana. El discurso de Murrow censuró el tejido industrial de los mass media, en especial de la caja ante la que cada día los consumidores, que no ciudadanos, se postraban para rezar sus discursos ideológicos. La televisión consiguió más que ningún otro medio el embebecimiento de los espectadores. Poseía una habilidad hipnotizadora, que sumía a los consumidores mediáticos en un balanceo de distracción, diversión, engaño –en palabras de Murrow- y así sucesivamente, siguiendo un ritmo melódico y armonioso regulado por las sintonías de cada programa televisivo. Aún hoy, la televisión ejerce ese mágico poder sobre la masa de consumidores, incluso lo ha desarrollado estrechando sus alianzas con medios como la publicidad, cuyo lenguaje viperino encauza los deseos de los consumidores hasta convertirlos en necesidades. Puede que más allá de los esfuerzos de la televisión por controlar su dominio sobre los espectadores, sean éstos quienes no habrían sofocado las preocupaciones de Murrow por transformar los consumidores objeto en ciudadanos sujeto. Por ende, el imperialismo televisivo continúa expandiendo los territorios que comenzó a conquistar en la industria cultural.

La televisión se ha consolidado frente a otros medios estancados o en decadencia, como la prensa o la radio. Se ayuda de nuevas herramientas que adornan su fachada desgastada por el paso del tiempo –y del buen periodismo, que se ha ido alejando para dejar paso al amarillismo y al show informativo del prime time- como Internet, en donde amplían sus fronteras coronándolas con las etiquetas de interactividad, hipertextualidad y multimedialidad. Simples florituras que tratan de suplir las cadencias de su rigor informativo. La excepción de la regla se confirma en las televisiones públicas, que cuentan con un mayor grado de independencia frente a las privadas, sometidas a las exigencias publicitarias y a corrientes ideológicas que marcan las decisiones editoriales. En cualquier caso, la “independencia” de un medio de comunicación es un término sustentado por alfileres cuyos límites están delimitados por una línea de puntos.

Por otro lado, existen alternativas a la televisión cuyos adeptos deberían probar al menos una vez en la vida. La peregrinación hacia estos medios es un camino tortuoso hacia una meta indeterminada, pues en la actualidad es una ardua tarea escoger un medio cuyo rigor informativo esté a la altura; la crisis no se remite únicamente a los aspectos económicos, sino que también está muy extendida en los mass media. Las últimas alternativas han venido de la mano de las redes sociales, suspendidas virtualmente en ese abrumador espacio que es Internet. Su proliferación ha contribuido al desarrollo de fenómenos como el periodismo ciudadano, que, hoy por hoy, no es sino otra forma de intrusión en el mundo del periodismo al alcance de cualquiera. La cantidad es mayor, pero la calidad es peor. La interactividad es casi una exigencia a los medios tradicionales, que deben adaptar sus estrategias informativas para captar nuevos followers. Sin embargo, este número de participación periodística aún es reducido, ya que el modelo del consumidor objeto sigue siendo el ideal para el periodismo, especialmente para el televisivo.

A pesar de la tormenta, la reputación de algunos medios sigue cantando bajo la lluvia. Algunos medios impresos, pese a encontrarse en números rojos, poseen aún la vara mágica de la credibilidad, obviando los tintes ideológicos que cubren cada periódico. Las publicaciones online son una de mis herramientas predilectas, tanto por razones económicas como de tiempo y comodidad. ¡Benditos sean los smartphones! El premio de consolación, a pesar del disgusto que le supondría a Edward R. Murrow, es para las televisiones. Su decadencia no ha hecho sino ir en aumento, apoyándose en el sincretismo para aumentar audiencia, recurriendo al fenómeno de la suplantación para darle a los espectadores los finales felices que no pueden protagonizar, tiñéndose con el amarillismo y combinando realidad-ficción en un cóctel difícil de digerir en la noche. El show informativo y la ciencia ficción hiperrealista son dos sucesos que se alejan mucho del ideal que denunciaba el periodista. En efecto, nos hemos percatado del error demasiado tarde.





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