lunes, 16 de mayo de 2011

A mi querido reflejo

Me gustaba mucho más cuando la veía sonreír. Había días que se pasaba horas enteras riendo y yo perdía la noción del tiempo mirando esa bonita curva en sus labios. Ella era capaz de hacer de cada historia una comedia, por muy dramática que la pintasen los demás. Sin embargo, había días que hacía gala de sus grandes dotes de actriz. Días de esos que amanecen nublados, cuando el Sol está perezoso. Días en los que mentía sin decir una sola palabra, pintando una sonrisa en su rostro con la misma facilidad con la que se desliza una barra de labios. Días en los que la muy tozuda no quería reconocer lo que le he dicho cientos de veces. Parece que por fin me ha escuchado, pero tarde. Tarde como todas esas noches que vuelve a casa. Ahora es tarde para las dos y ella ha retomado su imaginación para dar lugar a las preguntas. ¿Qué habría pasado si yo...? ¿Qué habría pasado si él...? Y la que más tengo que oír vez tras otra es la típica: ¿Qué he hecho? Pues mira, la pregunta no es qué, sino por qué. Y ambas sabemos porqué ya no se ríe, igual que sé por qué ya no se esconde. El tiempo la ha traído aquí y el tiempo se la llevará, y sé que lo que ahora se le hace eterno en pocos días pasará volando, pero quiero que deje de mentirme, porque cada vez que la veo al otro lado del espejo, sé que sonríe por no llorar.

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